miércoles, 28 de septiembre de 2022

 

 

KAJIKA Y EL CASCABEL DE PLATA

 

 Minowá era un pequeño indio sioux que vivía en el territorio lakota (verdadero nombre de los sioux) en  Wyoming. Minowá, que quiere decir “aquel que canta”, debía su nombre a que en el momento de nacer, su llanto fue tan melodioso y prolongado, que más que llorar parecía estar entonando uno de aquellos cantos ancestrales de sus antepasados; ahora tendría apenas ocho años y era un niño sano y feliz que pasaba la mayor parte de su tiempo, correteando por las praderas y montes con su tirador y su pequeño carcaj a la espalda a la caza de zarigüeyas, mapaches y algún que otro conejo de monte.

       En una de estas aventuras de caza encontró un día a Kajika, un pequeño bebé de puma que gemía tembloroso, junto al cuerpo sin vida de su madre, a los que algunos cazadores sin escrúpulos habían dado muerte mientras intentaba, (seguramente a zarpazos), defender a su cría. Sin preocuparse para nada del cachorro, lo habían abandonado a su suerte, donde probablemente habría muerto de no ser porque Minowá lo encontró. Tomó al pequeño puma en sus brazos y lo llevó hasta el campamento……Y allí se quedó

      Minowá poseía un cascabel de plata que su abuelo le entregó el día que cumplió los cinco años, era un regalo que le hizo una bondadosa señora de una caravana de Samis, que pasaron camino de Dakota y a la que su abuelo curó de una picadura de serpiente. Minowá siempre lo llevaba colgado del cuello con un bonito cordón que le había tejido su madre. Todo el mundo en el campamento de multicolores tipys, conocía el sonido del cascabel de Minowá, aunque parezca increíble, también  Kajika, que lo seguía a todas parte y corría a su encuentro cuando oía su repiqueteo a lo lejos.

     Pero todo en la vida tiene un final y el de la relación entre nuestro protagonista y el cachorro de puma también lo tuvo. Minowá había crecido; ya tenía diez años y nuestro puma, al que su amigo había bautizado con el nombre de Kajika, que quiere decir “aquel que camina sin hacer ruido” ( por su manera silenciosa de acercarse sin que él lo advirtiese), también había crecido y se había vuelto demasiado grande para permanecer en el campamento. Pero Minowá quería mucho a su amigo y se negaba a separarse de él. Su padre le explicó, que los pumas siempre habían sido unos animales libres y dueños de sus vidas, hábiles cazadores y dignos habitantes de las praderas y que seguir teniendo allí a Kajika, era privarle de todas esa cosas a las que él también amaba tanto, como la libertad.

       Al final, su padre logró convencerle y una mañana, antes de que su hijo despertase, ató al puma a la grupa de su caballo y se alejó con él todo lo que pudo, tardó dos días en encontrar un lugar idóneo para el puma, en aquel sitio podría vivir con otros pumas que cazaban en grupo y sería más fácil integrarse a la manada, allí lo soltó y regresó al campamento.

     Pasaron muchos años, muchos meses y muchas lunas, Minowá creció y formó su propia familia, un día tomó a su esposa y a su pequeña a la que llamaban Sihu, que quiere decir “pequeña flor", y se trasladó hasta los territorios del norte que eran más fértiles y la caza era abundante.

     Una tarde, durante La Luna del Maiz (septiembre), dejó a su pequeñina durmiendo plácidamente junto a unos arbustos, mientras él buscaba hierbas medicinales por las cercanías del campamento. Al volver al lugar encontró a un enorme puma merodeando alrededor del bebé. Minowá quedó petrificado y sin atreverse a realizar ningún movimiento por temor a la reacción de la fiera,  y cuando ya el puma estaba a punto de atacar a la pequeña, él saltó en su defensa y el animal se paró de pronto deteniendo su ataque mientras toda su atención se dirigía hacia Minowá. Un tintineante sonido le trajo a la memoria recuerdos de un cascabel y de su dueño y de tiempos lejanos y felices, en los que no tenía que preocuparse en buscar comida; inmediatamente reconoció a Minowá y acercándose a él, puso sus enormes zarpas sobre el pecho de su amigo mientras le lamía la cara. Minowá lloró emocionado al reconocer a Kajika y juntos, hombre y fiera, permanecieron abrazados mientras se reconocían mutuamente.